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Declaración de amor a la chacarera

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La mañana era fresca y la guitarreada duró más que de costumbre. Una garúa finita caía sobre la ciudad de Santiago del Estero, aliviándola del habitual calor. Desde la ventana abierta, Damián se extasiaba de lo lindo que era esta lluvia. Nico tocaba el último tema, chupeateando un mate entre dos acordes. Judith, como buena francesa, comía con delectación las últimas medialunas del desayuno. Ya eran las 10 de la mañana y era hora de irse a dormir.

Nos subimos los cuatro al auto. Damián arrancaba el motor y seguía bendiciendo el agua del cielo, las nubes grises y la brisa refrescante. Los otros tres nos apretamos en el asiento de atrás. Yo entre Judith y la ventanilla, mirando la ciudad despertándose. Era mi tercer día en Santiago, mi segunda noche en blanco y no sentía el más mínimo atisbo de cansancio. Todavía no me lo podía creer: ¡estaba en Santiago del Estero! Estaba en un lugar emblématico del folklore argentino y tenía que quedarme con los ojos bien abiertos para no perderme nada. Mi corazón estaba lleno de una alegría que no me cabía más en el pecho. Llevaba dos noches bailando chacareras.

Nico, Cristián, Damián, Judith y yo. 9h47 de la mañana. Recién terminó la guitarreada.

Cómo empezó todo

Me acordé de mi primer contacto con este baile seis años atrás. Eran mis primeros días por Buenos Aires. Recién había bajado del avión con mi mochila y me hospedaba en una casa compartida por músicos de tango y folklore. Sin embargo, no fueron ellos los que me iniciaron a la chacarera, sino Alita, conocida también por la misma red social de viajeros. » Salimos con mis amigos a una peña, algo bien típico de acá » me había dicho. Y ahí estaba con ellos en el patio del Konex, un inmenso galpón transformado en sala de concierto. Alita se disculpaba todo el tiempo: por el precio elevado de la entrada, por lo poco elegante que quedaba el lugar. « ¿Vos pensás que le va a gustar? » preguntaba un amigo suyo, dudando si realmente era buena idea llevar una francesa a conocer este tipo de cosas. Ni ellos ni yo imaginábamos que eso marcaría un punto de inflexión en mi vida, que me llevaría seis años después a esta mañana lluviosa santiagueña. Aquella vez, lejos de dejarme desanimar, me zambullía con gusto en un mundo nuevo. No tenía ni idea de lo que me esperaba, sólo me hablaban de una tradición musical del Norte del país llamado chacarera que jamás había escuchado nombrar. ¿Será entonces que en Argentina no sólo se baila tango? 

Me zambullía con gusto en un mundo nuevo. No tenía ni idea de lo que me esperaba.

Agudizaba todos mis sentidos, como en cada viaje mochilero, y me iniciaba a las reglas de las fiestas en Argentina. «Che, la cerveza que te dimos hay que pasarla al vecino, no es para vos sola » me decía el chico de al lado. Charlando con él, rápidamente me dí cuenta que él tampoco sabía muy bien a que había venido, por muy argentino que fuera. Estaba invitado por un amigo de Alita y a penas podía contestar mis preguntas sobre lo que era este recital. ¿De qué se trataba? ¿Cómo iba a ser? ¿Hay que bailar, en serio?

 

La iniciación

Ya empezaban a tocar. El artista, un tal Bruno Arias, cantaba temas muy diferentes entre sí. Yo intentaba entender, cada tanto preguntaba: » ¿Eso es chacarera ?».  Y cada tanto me contestaban: » No, todavía no. La chacarera la toca el grupo siguiente». Pasaba lento el tiempo esperando estos músicos que creaban tanta expectativa. Después, el público empezó a agitarse, un rumor corrió por la sala llena. Miré para el lado del escenario. No me acuerdo bien si había un pianista o un percusionista pero estaba una persona sola. Gritos. Aplausos. Una especie de locura inexplicable se apoderó de la gente. Se dirigía al hombre canoso que recién subía, agarraba una guitarra y rasgaba unos acordes. Nuevos gritos cuando apareció otro artista. El recién llegado tenía el pelo extremadamente largo y blanco. Golpeaba un tambor, un tambor enorme. Nunca había visto un tambor tan grande. » Aaah son ellos? « Yo descubría el bombo legüero al mismo tiempo que estos músicos, Julio Paz y Roberto Cantos, que forman el dúo Coplanacu. Eran sorprendentes para mí: no sólo por este instrumento desconocido sino por la melena larga y canosa; parecían personajes del Señor de los Anillos.- Perdón pero en aquel momento ésas eran mis únicas referencias.-

El dúo Coplanacu, santiagueños y referentes del folklore argentino

Rápidamente se armó baile en el grupo de amigos de Alita. » No sé bailar». Me resisitía mientras me agarraban de la mano para animarme. » No pasa nada, seguí a los demás». Y con pasos torpes e inseguros entré en la ronda. El vecino mío que no tenía idea de folklore también se dejó llevar. Ante mi mirada interrogante me respondía con cara de » no sé » y me hacía seña con la mano que había que seguir avanzando cuando tocaba vuelta entera. Para ser totalmente sincera, en aquel preciso momento estaba más concentrada en la linda sonrisa de este chico que en los pasos de la coreografía. Así fue como entró la chacarera en mi vida: discretamente, sin hacer ruido, como quien no quiere la cosa… Eso sí, del resto de la noche recuerdo reírme mucho sin entender nada y divertirme aunque no fuera una gran bailarina.

Así fue cómo entró la chacarera en mi vida: discretamente, sin hacer ruido, como quien no quiere la cosa…

La revelación

Meses más tarde me instalaba en Buenos Aires y empezaba a trabajar en una oficina. Seguí investigando el folklore argentino y esta misma música me acompañaba en mis largas horas de laburo. Me clavaba los auriculares en las orejas y eso me ayudaba a sobrellevar el tedio de las tareas cotidianas. Discos enteros de chacarera, zamba, chamamé, e incluso cumbia. Todos pasaron por mis oídos. El Chango Spasiuk me hacía literalmente viajar a otro lugar, a las orillas de un río, y seguir las ondulaciones del agua. Pero cada vez que percibía los primeros rasguidos de la guitarra de Raly Barrionuevo, algo me pasaba en la panza. No eran mariposas, era como un soplo de alegría indescriptible. Y los días de oficina se hacían más leves, las semanas más ligeras. La chacarera seguía operando su magia de manera cada vez más marcada, cada vez más profunda.

Y seis años después, acá estoy en este auto, disfrutando de mis últimas semanas en Argentina por que pronto me vuelvo a vivir a Francia. Y seis años después, asisto a un recital de Bruno Arias en el patio del Indio Froilan y comparto el asiento de un auto con un vecino de Julio Paz, el músico de la melena larga. Y seis años después, tantas cosas pasaron y me doy cuenta que siempre la chacarera me acompañó. Es más, después de dos noches aprendiendo a bailarla, sintiendo este aleteo de alegría en la panza, entiendo que me acompañará para el resto de mi vida.

Y seis años después, tantas cosas pasaron y me doy cuenta que siempre la chacarera me acompañó. Es más,entiendo que la chacarera me acompañará para el resto de mi vida.

Se me hincha el corazón de una profunda emoción. Judith, al lado mío, lo nota. Me abraza. Los demás siguen charlando de estas casualidades de la vida. El Dúo Coplanacu, que lindo conocer la chacarera así. Que cosas tiene el destino. ¿Vos crees en el destino? Hay cosas que no pasan por casualidad…

Por un segundo, me cruzo con la mirada de Nico.
»  Pero por qué lagrimea ella? » le pregunta a Judith. Yo quería ser discreta pero él lo advirtió. Estoy llorando.
– Y… se emocionó…
– ¿en serio? «

La magia de la chacarera

A medida que me van preguntando que es lo que tengo, un nuevo sollozo me sacude el pecho. Yo que intentaba disimular, ahora tengo la cara bañada en lágrimas. Damián sigue manejando y aprovecha un semáforo en rojo para mirar hacía nosotros. » Pero ella llora? En serio? » se asombra. » Nooo, chango, lo que nos toca vivir» le dice a Nico. «Esto es lo que tiene la música.»  Y él también me pregunta qué es lo que me pasa. Ahora el llanto se mezcla con la risa. Veo lo rídiculo de la situación, pero redoblan las lágrimas y me siguen corriendo por las mejillas.

Con la garganta cerrada, intento explicar todo lo que me pasó por la cabeza, el camino de los seis últimos años con la chacarera a mi lado. Todo lo lindo que siento cuando me pongo a hacer castañuelas con los dedos en un abrazo imaginario. Inexplicable es esta conexión, no entiendo a qué lugar me está llevando este baile. Toca un espacio interno, profundo, que desconocía y me conecta con una alegría más grande, el amor a la vida, la telúrica sensación de pertenecer a este mundo. Nunca me pasó antes, siempre me costó bailar. Nunca me gustó mover el cuerpo. Pero esta sensación es tan potente que me mantuvo despierta dos noches enteras sin sentir una pizca de cansancio, yo que llegaba a dormirme en los boliches cerca de los parlantes. Me da vergüenza quedar con el corazón tan desnudo delante de ellos, totales desconocidos a penas unas horas atrás.

»  Llorá llorá si te hace bien! »  » Estás feliz » se exclama Nico, sonriendo. No sale ningún sonido de mi voz pero asiento con la cabeza. Sí. Estoy feliz. Simplemente eso: tan simple es decirlo y tan intenso vivirlo. No sé lo que es, pero encontré algo importante para mí. Tal vez, como me dijo mi amiga Morgane, encontré MI baile. » Lo que tiene la música, chango… »  repite Damián.

No sé lo que es, pero encontré algo importante para mí. Tal vez, encontré mi baile.

» Yo no lo intentaba mostrar pero esta noche estaba triste». Mis lágrimas crearon un lugar cómodo que invita a confidencias, donde los corazones pueden abrirse.

» No todo el mundo entiende esta magia que tiene la música. Y lo ven como que somos vagos. No es así. La música te conecta con algo más grande »  Ya son las 11h de la mañana, en el coche estacionado frente a la estación de Santiago, estamos compartiendo los cuatro una especie de transe, un estado de felicidad que sólo nosotros podemos entender.  «No pierdas esta sensibilidad» me dice Damián al despedirse. Creo que mis lágrimas alagaron a los santiagueños.

Epílogo

Unas horas más tarde, cuando estaba a punto de subirme al micro de vuelta a Buenos Aires, Nico vino especialmente a la terminal de autobuses con un regalo en la mano. Un libro sobre historia de la chacarera escrito por un poeta de su pueblo. Una joya imposible de encontrar en una librería cualquiera.

» Nos vemos a la vuelta.» Se despidió como si fuera una zamba.

Todavía emocionados por lo de la mañana, nos dimos un fuerte abrazo. Y este mismo instante selló una promesa que hice sin ni siquiera pensarlo. Fue una decisión interior fulgurante. Con este gesto sentí que no sólo me entregaban un regalo sino que recibía una misión. La de dar a conocer la música santiagueña por el mundo.  Subí al micro con el libro contra mi corazón. En unas semanas cruzará el oceano conmigo. Será un tesoro que guardaré para recordar mi alma de chacarera.

(… Porque claro, eso no terminó acá, habrá una segundita.)

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