Una luz pálida y violenta. Una mesa blanca, desgastada, y un viejo ventilador al fondo para acelerar el secado de la cera. Yo despatarrada como un pollo listo para el horno. Ser mujer en Argentina es entrar en el » maravilloso » mundo de la depilación.
Axilas impecables en el subte, piernas lisas bajo la mini-falda, ingles perfectas en la playa. En el día a día sólo veo chicas con un cuerpo perfectamente depilado. Ni rastro de un pelito olvidado o de un vellito recién crecido. Parece que las porteñas llegaron al mundo así. Nacidas con una pilosidad extraordinaria que les otorga unas axilas impecables, unas piernas lisas y unas ingles perfectas. Incluso las que no parecen tan sofisticadas son lampiñas. En realidad, ningún don de la naturaleza: se trata de una guerra despiadada, una lucha sin descanso. Para ser una argentina «como corresponde » debes cazar el pelo, eliminarlo sistemáticamente, arrancarlo en los lugares más recónditos, hasta su desaparición total. Para ser una argentina «como corresponde» debes considerar el pelo como tu mayor enemigo.
Para ser una argentina «como corresponde» debes considerar el pelo como tu mayor enemigo.
Recién pasé media hora en la sala de espera de Depil+, aplastada entre dos clientas, frente a una pantalla que desgrana consejos de belleza. Las revistas – obvio, no pueden faltar – tienen la tapa marcada con un enorme » DEPIL+ «, por si me agarran unas ganas irreprehensibles de llevarmelas a casa y terminar la nota apasionante sobre la separación entre una tal Pampita y un tal Vicuña. ¡Que farándula más criolla! ( Sí, sí, parece mentira pero ¡ son nombres reales ! ) Prefiero la lectura para no ver la pantalla y mantener el tipo en este ambiente de feminidad formateada que me pone incómoda. El olor a cera es omnipresente en el aire cálido, recordándome a que he venido. La sala de espera es minúscula. Las cabinas ocupan todo el espacio, es decir el subsuelo, la planta baja y el primer piso. En cada una de ella, una esthéticienne espera a su clienta, sin cita previa. Son unas diez cabinas en total: una verdadera fábrica. La producción en serie al servicio de la belleza nacional.
» ¡Siguiente! ¿A-o-di? A-u-d? »
A la voz siempre le cuesta pronunciar mi nombre. A mí siempre me preocupa no conocerla. ¿Quién me va a tocar esta vez? Después de varias sesiones, no conozco todas las empleadas, no olvidemos que estamos en una » fábrica «. ¿Joven o mayor? ¿De buen o de mal humor? La persona puede variar pero siempre tiene esta misma inexpresividad y este mismo gesto rápido y brusco para cerrar la cortina de la cabina. Ahora el perfume de la cera caliente me llena totalmente la nariz. Se mezcla con el olor agresivo del alcohol que la Señora Quita-Pelo usa para desinfectar la mesa. » ¿Que querés hacer? » me pregunta mientras yo me instalo y ella averigua si las tiras de la cliente anterior se han derretido completamente en las cacerolas. Axilas e ingles. Embadurnadas en simultáneo y en tiempo récord. Yo, panza arriba. El ventilador calmando la leve quemadura sobre mi epidermis. Mi mirada en la pared blanca que se cae en pedazos, para no pensar en el dolor.
» ¿Que querés hacer? » me pregunta mientras yo me instalo y ella averigua si las tiras de la cliente anterior se han derretido completamente en las cacerolas.
La depiladora argentina maneja la cera como si untara dulce de leche en una rebanada de pan : con porciones generosas y sin dejar el menor intersticio. Cuando arranca la banda con un pequeño gesto seco y preciso, no puedo evitar un gemido: son como unas brasas incandescentes en la piel del pobre pollo despatarrado. Si no le resulta satisfactorio a la primera tentativa, ella vuelve a su labor con el mismo empeño, dos o tres veces seguidas si hace falta. El ardor se intensifica a cada aplicación; a veces, después de unos minutos, unas gotitas de sangre aparecen. Muy entregada a su tarea, termina quitando con pinza los pelos más rebeldes, más microscópicos, insensible a cualquier suplica de su clienta y sin piedad por el sufrimiento que le causa. La más compasiva echará un poco de crema hidradante en la piel martirizada, pero desgraciadamente, la mayoría no son tan bondadosas. Una tendrá que conformarse con un poco de talco, cuya cantidad será aleatoria.
La depiladora argentina maneja la cera como si untara dulce de leche en una rebanada de pan : con porciones generosas y sin dejar el menor intersticio.
En realidad, lo que más temo es el comentario de esta mujer. Puede ser muy habladora, contando su vida, o muy curiosa (sí, en general le interesa más la mía), o bien casi maleducada, manejando mi bombacha con familiaridad.
» No, esto no duele… »
» Hay que venir más a menudo… »
» Quitate la ropa , pero te quedas con la bombacha eh? »
» Es cierto que las francesas no se depilan? «
En fín, muy a menudo tendrá algo que añadir, una opinión que dar, sin prestar atención a mis tímidos pedidos. Ella alimenta la conversación. Yo no. Estoy en una postura delicada para poder charlar como si nada. Sobretodo estoy concentrada en lo que ella está haciendo y en mi propia conversación interior. » Pero si le pedí cavado normal, no profundo… que está haciendo ? qué carajo no entendió? Y dale otra vez la pinza ¿ es realmente necesario? «
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