En el edificio No Mercosur siempre hay extranjeros muy prolijitos: por ejemplo, estos estadunidenses de pelito rubio, de sonrisa de actor de Hollywood acompañados por su traductor. Hay pocas familias en el edificio nº6. Los asiáticos son los únicos que llegan con la tribu, con el bebé, el abuelo. Los demás son extranjeros solitarios.
Siempre percibo la tonadita de algún compatriota, en edad de ser estudiante. Hoy observo esta chica que habla muy alto y parece muy preocupada por una fecha que se venció. La agente de Migraciones quiere tranquilizarla pero no lo consigue. La francesa, muy jovencita, mira inquieta a su alrededor. A mí también me pasó el primer año; esta misma angustía del plazo vencido, del cumplimiento de la ley .
«Se termina tu visa de turista y dentro de un mes empezás con un contrato de trabajo? No pasa nada. Podrás conseguir la residencia como trabajador migrante. Mientras no salgas del país, no pasa nada.
– Pero estás seguro? – insistía preocupada. – Estaré ilegal acá.
– Sí, sí, te lo digo yo, que trabajo acá.
Aquella vez el funcionario que me atendió no me había convencido para nada y yo había pagado la multa para prórrogar la visa de turista tres meses más. Los treinta días de ilegalidad me asustaron demasiado, y su respuesta tan tranquila me chocó aún más. Hoy día entiendo mejor como funcionan las cosas acá, sé que más que en cualquier otro lugar, en Argentina, la relación con las fechas y la ley es más distendida, la negociación siempre posible.
Hoy observo esta chica que habla muy alto y parece muy preocupada por una fecha que se venció.
Dos años después, este mismo empleado sigue acá, el pelo ya escaso a pesar de sus treinta años, la barba descuidada. Relajadísimo, trabaja como si estuviera en su sofa mirando la tele. Parece cansado. Sus tareas cotidianas no deben de ser lo más alentador en la vida, especialmente eso de explicar absurdidades administrativas a extranjeros que no entienden mucho castellano. No Mercosur significa en su mayoría no hispanohablante. En cambio, el funcionario de la entrada, que orienta a los recién llegados, le sacó partido a su puesto de trabajo. Moreno, altivo, lleva con mucha elegancia el uniforme de Migraciones: chaleco azul marino y camisa blanca impecable, perfectamente remangada. Tiene el perfil y el andar de un imperador romano. Su mirada aguda escruta la fila. Le gusta especialmente recibir a las chicas, sobretodo si son rubias y oriundas de Europa del Este. En este caso, no duda en salir de su box y acercarse, pide a la extranjera el motivo de su visita con un voz melosa, y agarrándole la mano suavemente le indica donde tiene que dirigirse. En el fondo, detrás de los que atienden al público, otros tratan el trámite. En los escritorios se ven sobretodo mates y termos, de todo tipo. Escudo de un equipo de futbol o florcitas románticas : cada uno refleja de la personalidad de su propietario. Algunas pantallas de computadora están decoradas con la foto de un hijo o de una pareja, o con mensajes graciosos de otros compañeros. La atmósfera parece relajada.
Mientras tanto espero en la fila, el chico delante de mí tiene muchas ganas de hablar, me cuenta que es productor de espéctaculos y viene a hacer un trámite para los artistas extranjeros que contrata. Toma un aire misterio pero se muere de ganas de decirme más. Termina sacando discretamente de un sobre el pasaporte del cantante lírico José Carreras y me lo enseña. Cuando salgo del edificio, ya transcurrieron dos o tres horas. El tiempo pasó más rápido que previsto: en Migraciones, nunca me aburro.
Facebook Comments