Soñaba con pasar un Año Nuevo diferente. Un Año Nuevo en un lugar fuera de lo común. Un lugar en medio de la naturaleza. Había barajado muchos destinos » tropicales «de la Argentina: El Palmar en Entre-Ríos, los Esteros del Iberá, cualquier parque nacional por la Mesopotamia…
Los mosquitos y el intenso calor del verano echaron abajo esta decisión. Y finalmente las circunstancias se dieron así: llegué por casualidad a un rinconcito de la Provincia de Buenos Aires, con un nombre extraño y poético. Punta del Indio. A las orillas del Río de la Plata, en la Pampa, menos «exótico» a primera vista. Sin embargo, allí encontré un trocito de identitad rioplatense durante esos días.
En Punta Indio, acampo con un grupo de amigos más o menos conocidos en el terreno de la familia de uno de ellos. En vez de pueblo (muy lejos de la idea que yo me puedo hacer de este concepto) me encuentro más bien con un especie de bosque “a cuadros” dividido por calles de ripio, y salpicado de algunas casas. Precisamente, la fiesta de Nochevieja está organizada en una de esas casas, que pertenece a uno de los amigos de amigos de no sé quién. En fín, a estas alturas de mi vida en Argentina, dejé de hacerme este tipo de preguntas y de sentirme incómoda por pasar una velada en casa de desconocidos o de desconocidos de mis conocidos. Acá las cosas son así: los amigos de los amigos son bienvenidos, reciben un fuerte abrazo a su llegada y están invitados sin formalidades a reunirse cerca de una fogata en medio del jardín.
La luz de las llamas crea un ambiente íntimo, cálido y tranquilo. Ya te sentís más cercano de quién apenas conocías unas horas antes. Y luego obviamente está la carne. ¿Cómo no? En tales circunstancias –somos unos treinta invitados– un cordero entero y la mitad de una vaca no sobran. Son los manjares reservados para las ocasiones especiales. (En Francia, el equivalente sería el foie gras, un paté de oca.)
El verdadero héroe de la noche se llama Bruno. Mientras todos se divierten, charlan y se ríen, él se encarga de la tarea más seria: es el asador, el maestro del fuego. Durante toda la noche, se dedica a mover las brasas, sin camisa, sudando. Se enfrenta al calor de las llamas. Supervisa con paciencia la cocción de la carne, atento a añadir leña a la fogata cuando sea necesario. Con una pala – se nota la herramienta técnica especialmente pensada para esto, no cualquier pala encontrada en el fondo del jardín- reparte las ascuas debajo de la parrilla o delante del cordero a la cruz (es decir clavado en una estaca con las piernas abiertas.) Me llama la atención su labor, apartado de los demás. Decido acompañarle en su tarea solitaria. Está obviamente muy ocupado: mientras contesta mis preguntas, siempre tiene el ojo encima de la fogata. » El cordero lo pusimos un poco tarde, a las 7. Ya son las 9. No vamos a cenar antes de las 12. Se necesitan 4 ó 5h… Esa es la receta. » No me sorprende tanto: ya me explicaron que el secreto de la carne argentina es la paciencia. Asiento. Sin embargo, con el estómago vacío, pienso que 5 horas no deja de ser muy largo.
A pesar del sudor, a pesar de lo difícil de la tarea en el calor de verano, no le resulta un fastidio. Bruno es un habitante de la Pampa, de una raza escasa pero no tan desparecida de hombres de la tierra, de guardianes de las tradiciones. Las semanas anteriores, al organizar la fiesta, se había abandonado la idea de la parrilla, por no tener voluntario en el papel del asador. Pero, me explica él, de todos modos se iba a hacer fogata, entonces dije que iba a encargarme yo. ¿Fogata sin carne? ¿Es posible? Claro, acá es así, sobretodo en el campo, no puede faltar el fuego cuando te reunís con amigos.
Y es que los fogones invitan a festejar… ¿Quién lo negaría?
A medianoche, ya está todo listo para comer. Alegría compartida entre todos. ¡Un aplauso para el asador! El hombre de la Pampa recibe las felicitaciones de sus compatriotas que disfrutan de esta carne sorprendentemente tierna, sabrosa por las largas horas de cocción.
A medianoche, también suena la cumbia….
Todos celebramos el principio del año. Los numerosos músicos – Bruno está en todas: también es percusionista- dan riendas sueltas a la improvisación y a las 4 o 5 de la mañana seguimos bailando un candombe enfurecido ( ritmo uruguayo de origen africano).
Sobre las 6 de la mañana, es hora de ir a la playa a ver el amanecer sobre el Río de la Plata. Está nublado y el espectáculo no resulta tan lindo como lo esperábamos, pero no pasa nada: algunos – pero sólo los más valientes, en realidad sólo dos- aprovechan para darse el primer chapuzón del año.
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