El empleado me mira de reojo. Su camisa de cuadrados azules, por muy bien planchada que esté, no combina con su pull-over bordó. Fijándose con más atención, el tipo tiene incluso un toque descuidado: el pelo graso, lleno de caspa y los hombros encorvados de un viejito, aunque ni llegará a los 40. Desde su pull over hasta la alfombra del suelo, todo parece un poco anticuado, en la oficina de esta Obra Social. Huele a rancio, a ambientes encerrados a carpetas polvorientas escondidas en armarios metálicos. Menea la cabeza de un lado y del otro, leyendo cada hoja que le voy presentando. No, este documento no sirve. No aparece el CUIT de la empresa donde trabajo. Ni se atreve a mirarme mientras pronuncia estas palabras. Creo que lo incomodo. Tal vez por ser extranjera. O tal vez porque estoy haciendo este trámite por primera vez y que me tiene que aclarar algunas cosas.
Yo llegué a Argentina hace a penas unos meses, ya conozco los misterios de la Dirección Nacional de Migraciones, y recién me amigué con el concepto de DNI. ( El DNI, ya lo voy entendiendo, es un número que hay que saber de memoria sí o sí, en lugar de buscarlo frenéticamente en la cartera ). Pero todavía no me aventuré por los meandros del mundo laboral y de la seguridad social. No entiendo el problema con el CUY – Allí veo que se relaja un poco, por primera vez , le saco una sonrisa al pronunciar mal la palabra – o cómo se llame este maldito número de identificación.
El DNI, ya lo voy entendiendo, es un número que hay que saber de memoria sí o sí, en lugar de buscarlo frenéticamente en la cartera
– Llamale, llamale a mi jefe, así le podrás preguntar
Desistí. Será más fácil que hablen entre personas que tienen el mismo lenguaje y que se ubican perfectamente entre CUILes et CUITes ya que a mi sólo me suena a sinfonía de trompetas. Me voy acomodando en el respaldo de la silla, mientras él agarra el teléfono. Empieza la conversación muy educado, con ese tono falsamente paciente que tienen todos los empleados administrativos, cuando te quieren explicar algo muy obvio para ellos. En la pared de atrás cuelga un reloj con motivos marinos, en forma de rueda de barco .
– Sí, ya sé, pero el CUIT no figura en el documento correcto, necesito que esté escrito también en el otro certificado, no en este que…
Silencio.
– Si… Es que… Pero…
Varios intentos de frases que no le dejan terminar… Silencio más profundo todavía. Mi jefe ya le estará demostrando lo absurdo de la situación.
– Sí, sí claro
Ahora está un poco exasperado. Va moviendo la cabeza en signo de desaprobación. Alcanzo a verle la coronilla , allí tiene un principio de calvicie.
– Cómo… pero, cómo…. No, ¿sabes qué?… No, no a mí no llames así…
La conversación se transformó en una discusión sin que me diera cuenta. Algo que le dijo mi jefe lo deja enfurecido. Noto su voz distorsionada por la ira; su mano tiembla en el escritorio.
– Bueno, bueno hasta luego PAPA!
Insiste especialmente en la última palabra, aleja el teléfono de la sien, y gira la cabeza a un costado, como si su interlocutor estuviera al lado. Cuelga con tanta violencia que el ruido del aparato resuena en la sala inmensa de la oficina. Otros funcionarios se sobresaltan, miran un instante hacia nosotros. Luego retoman sus conversaciones como si nada. Pero algo quedó en el aire, una tensión, una incomodidad. Estoy un poco avergonzada.
– Hay manera de hablar con la gente… – intenta justificarse.
Tal vez hoy no está de humor, está más suceptible que los otros días.
– Me llamó Papá!! Te das cuenta ? No puede ser.
Busca complicidad con la mirada, que yo diga algo, que comparta su emoción pero no encuentra nada. Sólo sorpresa. Allí sí, me empiezo seriamente a preocuparme por este señor.
-Papá… y como no se lo iba a decir yo también, claro! – Sigue como para sí mismo.
Está escandalizado. Me callo y no sé que hacer. Me parece bastante insólito que dos hombres adultos que no tenga ninguna relación familiar se llamen entre sí «papá». Él no ve ninguna reacción de mi parte y empieza a recapacitar.
– Perdon, pero la falta de respeto así, me pone nervioso, no la puedo tolerar…
Ah bueno, además llamarse Papá es una falta de respeto? No sé si tomarlo en serio o no. Algo escapa a mi entendimiento… Creo que prefiero que me hable del ANSES, y de mi CUIL, porque eso me resulta más fácil de comprender. Él sigue rezongando mientras reúne cada uno de los documentos que tenía desparramados por el escritorio. Firmo un montón de papeles más, copio varias veces mi número de DNI – ya lo voy aprendiendo – . Unos minutos después, ya salgo a la calle, con el trámite resuelto.
En Buenos Aires, Papá es una palabra contradictoria, que contiene en sí misma el cariño y la ofensa.
Nadie me supo definir muy bien en que circunstancias Papá es realmente ofensivo. Mi jefe, que es del Chaco, me explica que en su región es una palabra de uso corriente y no es agresiva, pero que en Buenos Aires se puede interpretar como despectiva. Algunos porteños me explicaron que no hay una regla clara; se deduce la intención con el tono, la mirada. Un uso incierto, un poco como el famoso boludo. El empleado de la Obra Social no estaba loco, sólo muy suceptible.
Mientras escribo estas líneas, me ilumina un tímido rayo del sol, el último sol del día, en esta tarde de invierno. Se acerca la hora de la salida del cole. Mi ventana da directo a la calle, escucho la voz de los transeúntes.
«Cómo andás Papito ?
– Bien, Papá y vos?»
Dos amigos se encuentran por casualidad. Se abrazan efusivamente, con unas cuantás palmaditas en el hombro. Sonrio de la coincidencia. En Buenos Aires, Papá es una palabra contradictoria, que contiene a la vez el cariño y la ofensa.
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