La vida del parque, la vida de la gente en Buenos Aires

Polémica en la cocina – 3/3
10 diciembre, 2017
Extranjera en la ciudad – 1/3
11 diciembre, 2017

La vida del parque, la vida de la gente en Buenos Aires

La vida de la gente en el parque | Foto: A. Labadie

Compartí esta Nota en:

CAPÍTULO 2
La vida del parque, la vida de la gente


Para leer el 1º capítulo: Hacer clic acá

 

 

«Vendo sandwichitos de miga fresquitooos!»
Una presencia humana cercana me saca de mi contemplación.

«No, te agradezco»
Contestan dos amigas cincuentonas que recién se instalaron en el pasto frente a mí. Sentadas en dos reposeras, toman el sol en bikini mientras van charlando de hijos, ex-maridos y cumpleaños según lo que llego a percibir de su conversación.

El parque es vida, es vida de la gente también.

Los que llevan su perro de la correa, impacientes y nerviosos, o los que, al contrario, comparten un momento de diversión con él.

«Rafa Vamos!»

El perrito va corriendo como un loco, jugueteando con otro mucho más grande, sin hacerle caso a su amo. Se nota que está disfrutando esta libertad : si fuera humano, se le vería una sonrisa de oreja a oreja. Sigue persiguiendo al otro pero de vez en cuando lanza una mirada rápida a su dueño, como una súplica :» Un poquito más por favor «. Nuevo llamado y esta vez los ojos dicen : » Ya voy, ya voy! Doy una vueltita más «. Nada se puede hacer en contra del entusiasmo canino. El juego es lo primero y el hombre tendrá que ser paciente. Unas niñas gritan y tocan el caniche de una señora mayor, que, a raíz de esto, entabla una larga conversación con la madre – imagino no se conocían de nada – Mientras tanto una de las chiquitas, más atrevida que la otra, se rie y da volteretas con el animal.

Después de un largo rato de lectura, me doy cuenta que algo cambió. El parque ya no parece tan grande : hay más gente a mi alrededor. Allá al fondo, hay clases de tai-chi. El profesor es asiático, mayor que todos sus alumnos pero menos arrugado que ellos. Una familia instaló una manta: la mujer se sentó con su bebé y mira a su marido y a su otro hijo jugar a la pelota. Hay una pareja de enamorados, algún solitario como yo tumbado en el pasto para leer o estudiar, y a lo lejos un grupo de jovenes con pantalones indios de colores llamativos haciendo malabares y acrobacias. Las dos amigas en frente ya comparten unas galletitas y sacaron el maté.

Lamento no haber traido el mío esta vez. Empiezo a sentir el hambre también, o más bién son ganas de algo dulce, de una golosina.

Sencillos placeres del cotidiano

La magia del parque hace que llegará a mí, si tengo la paciencia necesaria. Ya me ofrecieron sandwiches de miga, pasó una chica en bici con pan de queso, y incluso me quisieron vender unos libros de yoga. Antes, mi mente europea, poco acostumbrada a estas cosas informales, desconfiaba. Me resultaba raro ver esta gente transportando pastelitos caseros en una caja de plástico, una cesta, o una nevera de cámping encima de un carrito, lo que fuera.

Giro la cabeza y ya lo veo. El chico tendrá unos 20 años, está hablando con la familia a mi lado, y lleva un cesto sobre el pecho. Un cartel indica: BROWNIE 15 $. Me apresuro en levantar el brazo para llamar su atención. ¡ No quiero que no se me escape! Lo recibo con una gran sonrisa. Mientras me entrega el preciado pastelito, una muchacha aparece de la nada. » Te compro uno «dice entusiasmada, con la respiración agitada por haber corrido. » Son caseros, están ricos » parece justificarse el chico.  Es tímido pero sus ojos delatan su sorpresa: los compradores llegan a él sin que tenga que hacer nada. Voy quitando el envase del brownie y lo sigo un rato más con la mirada. Será un buen día para él: esta mañana es el primero que vende postre. Degusto el chocolate con el esmero y la dedicación que se merece. En este contexto, sabe mejor que nunca: era exactamente lo que necesitaba y llegó providencialmente. Cuando lo termine, empezaré a empacar mis cosas sin prisas, saboreando el dejo del azucar en la boca, el crujiente del maní y el aroma del cacao.

Saldré del parque, radiante, empapada de la luz del sol y de la energía de la naturaleza. Una naturaleza tal vez diminuta, tal vez artificial pero que no deja de ser la esencia misma de la vida. Saldré conectada conmigo misma y con esta tierra argentina que elegí y me recibe. Saldré armoniosa, sintiéndome parte de ella aunque mis raíces esten lejos. Saldré agradecida y lista para lidiar con el mundo de la ciudad.

Leer la primera parte

Facebook Comments