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Polémica en la cocina – 2/3
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Polémica en la cocina – 1/3

La gata Bardot en la cocina | Foto: A.Labadie

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La gata Bardot así nombrada en honor a la actriz Brigitte Bardot…

…es el testigo discreto de la convivencia entre un argentino y una francesa. Nos cuenta los secretos del cotidiano culinario de este hogar.

 

 

Capítulo 1 : A la mañana, croissants y maté

 

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Él entra en la cocina recién levantado, despeinado, arrastrando las pantuflas. Llena la pava, y de un gesto automático, rasca un fósforo para encender el gas. Es domingo, son las 9h de la mañana y un rayo de sol penetra por la ventana cerca de la heladera. «¡Que fiaaaca!» Suelta un bostezo largo, sonoro.

 

Hace un rato, ella se fue a la panadería con una energía sorprendente. Nada más levantada, saltó en un jeans, se pusó rapidamente un pull-over encima de su remera. Y como un pajarito salió por las calles desiertas. A él le parece extravagante levantarse tan temprano el fin de semana nada más que para comprar pan. Pero ella insiste en mantener las costumbres de su país. El pan fresco y los croissants son sagrados en Francia, dice ella, sobretodo donde creció, en una población de unos 1000 habitantes. No se puede hacer un VERDADERO desayuno sin ir previamente a la panadería. A falta de viennoiseries, traerá facturas, pero no importa. Lo esencial para ella es preservar el ritual de una manera o de otra.

 

Lo esencial para ella es preservar el ritual de una manera o de otra.

 

El silbido del hervidor lo saca a él de su letargo. Mientras rellena el gran termo decorado de flores, se oye la llave en la cerradura, el chirrido de la puerta. No necesita darse la vuelta para percibir la sonrisa triunfal que surge detrás de él  y que acompaña la docena de facturas, cuidadosamente empaquetadas en un papel blanco. Ella lo desarma y empieza a disponerlas en un plato, una a una, lentamente, casi religiosamente. Compró seis medialunas de grasa, porqué son las que más le recuerdan al desayuno de su infancia y porque además le gusta que sean crujientes.

 

Mientras tanto, él ceba el maté. Está a punto de verter el agua caliente, cuando ella se da la vuelta y lo suplica: » Pará, pará, enseñáme! » Quiere ver, apprender como se hace «de verdad». Él levanta la mirada al cielo, como ya hizo la semana pasada y como hará la próxima vez: siempre le pide lo mismo, siempre la misma conversación. No tiene nada más que saber para cebar el maté. ¿ya se lo explicó todo! Y la infusión en mano, se instalan en la mesa, pasan un buen rato charlando, mientras se vacía el plato lleno de bollos.

 

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