Estoy muy orgullosa de mí. Tengo que confesarlo. Encontré una solución creativa a un problema que llevaba dos años y medio sin resolver. Cómo abastecer mi gran consumo de yogur sin arruinarme, en un país donde no le dan importancia? El yogur natural sin azúcar, digo. No es que no exista en Argentina. Sólo que no le dan bola. Las góndolas del super están llenas de yogur químico, sabor fresa o sabor vainilla. Muy muy azucarado. Se vende generalmente en sachet, junto a la leche.
Vengo de un país gran consumidor de yogur y no pensaba que podría ser dinstinto por otros territorios.
Yo sí me percato de su escasez, obvio. Mis referencias en la materia son diferentes.
Vengo de un país gran consumidor de yogur y no pensaba que podría ser dinstinto por otros territorios. En Francia, es un producto de primera necesidad, el sustituto del biberón para los más chicos, el postre sano para los más grandes. Vengo de un país donde no tiene sentido comprar un sólo yogur suelto. Se venden en pack de hasta dieciséis potes. Cuatro juntos como mínimo. Y no sería exagerar decir que el consumo de dos a tres yogures diarios por persona es normal. El yogur natural es el rey de la heladera y se declina según las marcas de muchas maneras, hasta un punto casí obsceno. Vengo de un país donde se consume un producto extraño que ni es yogur ni es queso: es Fromage Blanc, una especie de ricotta líquida que se vende en pote de un a dos kilos. Visto desde afuera – y con más razón para un Argentino – parece una suerte de locura nacional por los productos lácteos.
– ¡ La puerta, cerrá la puerta! ¡ Vos no pagás la factura de luuuuz!
El padre francés está preocupado por la economía del hogar.
– Pero, ¿ tienen que decidirse ! ¿ Natural o con trocitos de frutas ? hay durazno o cereza.
El hijo, está de pie, frente a la heladera, de una mano revisando su contenido y de la otra sosteniendo la puerta abierta. Le encargaron de ir a buscar el postre para la mesa familial al final de la comida. Y el postre por excelencia es él, el yogur. Algunas familias llegan hasta tener varios tipos al mismo tiempo – de sabores, de recetas y de naturales también – . Junto con la cajita del queso, toman un buen espacio en la nevera. El pequeño tardó un poco en identificar los del fondo y desató la ira paterna. Porque además, del surtido de frutas de 16 potes, siempre queda el sabor que nadie quiere. En mi casa por ejemplo eran los de fresas. ¿Cuántos niños franceses habrán vivido un momento como éste?
Ahora, hechos adultos y viviendo en Buenos Aires, tienen el yogur como tema de conversación recurrente entre ellos, mis compañeros de trabajos. Los más adictos, los que solían comer un yogur a cada comida, son los que más sufren.
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